“Darse el gusto de comer, comiendo bien”

Primavera, calor, pileta y la exposición de nuestro cuerpo ante el público observador. La timidez de mostrarnos como somos, porque tal vez estamos con  algunos recuerdos del invierno que estaban bajo nuestros puloveres y que se enfrentan al chapuzón.

Nos agarra la ansiedad de vernos perfectos aunque sepamos  que la perfección no existe, pero siempre verse de la manera más flacos posibles y con la frase nos invade como disco rayado “tengo que llegar al verano, éste verano llego si o si”

La dieta de la luna,  la de la sopa de repollo, la de la manzana, y otras innombrables. Se suma la locura del gimnasio, si se asisten 3 horas al día aunque no hayamos hecho nada durante el año, pensamos que así seremos la persona que no somos.

Estas conductas apresuradas y sin continuidad, no nos ayudan a concretar nuestros objetivos. La realidad es otra y es comenzar a aceptarnos. Nadie es perfecto, eso sabemos, no existe, pero sí nos podemos acercar a un cuerpo ideal con una salud ideal. Salud y cuerpo van de la mano, se necesitan uno a otro inseparablemente para poder seguir, para poder disfrutar, para poder vivir.

Seamos honestos ¿Cuánto pueden durar las conductas extremas? ¿Hasta cuándo podríamos vivir a sopa de repollo? Tal vez… dos días hasta que una  cena entre amigos se transforma en el devoro como una última cena, no lo neguemos.

Sin dejar de darnos los gustos pero en pequeñas proporciones. Esa es la clave del éxito.

Que el verano sea tu aliado, no tu enemigo, que disfrutar no se transforme en una pesadilla y siempre pensar a largo plazo que es indispensable para regocijarse con nuestro bienestar y nuestra imagen.

Aprender a elegir nuestros alimentos, según nuestras sensaciones, gustos y adecuando las porciones podremos comenzar a construir nuevos hábitos sin importar la época del año en la que estemos. Que no reneguemos del calor del verano y que los colores de frutas y verduras nos invadan en nuestro día cotidiano, que nos acompañen como buenos complementos de eso que tanto nos gusta. No pasemos al extremo de quitar alimentos placenteros con el fin de lograr ese cuerpo perfecto que nos venden continuamente las publicidades, la moda.

No podemos vivir ciegamente, esas delicias se los presentan día a día, cuesta evitarlas pero si las podemos reemplazar  y saciar nuestro apetito, pensando en comer lo justo y necesario, guiándonos por las sensaciones internas de apetito y saciedad, cariando y compensando nuestra nutrición con las miles de opciones que hay pero que a veces negamos que estén o las rechazamos sin conocer. En fin, que disfrutemos de lo bueno, pero con lo mejor para nuestra salud, que es lo que finalmente importa.

Es importante cuidar nuestro cuerpo exterior, pero no siendo esclavos de él a través de conductas desfavorables para nuestra salud tanto física como mental.

Obtener un peso cómodo para así sentirnos mejor lleva su tiempo y requiere de nuestro compromiso.

Lic. Natacha Leoni
M.P.:1971



Comer con el cerebro

Las neuronas del cerebro archivan olores, sabores y colores, como bien lo explica el psicólogo Ignacio Morgado: «El conocimiento que tenemos del mundo depende del cerebro, que filtra la información que recibe, la procesa y la hace consciente a su modo». Por lo tanto, esos olores, sabores y colores no son más que construcciones que nuestra mente ha elaborado a partir de experiencias sensoriales.

Entonces, ¿comemos más con el cerebro que con la boca? Por supuesto que sí. El acto de comer es un acto puramente sensorial porque todos los sentidos trabajan para degustar el plato que tenemos frente. Primero, la vista. Estudios confirman que un alimento es más apetecible si está dispuesto de determinada manera y no de otra. Incluso, algunos investigadores fueron más allá y lograron demostrar que los utensilios que se emplean para presentar la comida también influyen en el modo en que percibimos aquello que comemos. Por ejemplo, se ha demostrado que las frutillas resultan más dulces si se sirven en vajilla blanca. Segundo, el olfato. Es el más importante porque confirma lo que la vista ha percibido, discrimina (es decir, determina si un alimento es apto o no para el consumo) y otorga emociones. Tercero, el gusto, que certifica si lo que ha percibido el olfato es correcto o no. La lengua registra cinco gustos: salado, dulce, amargo, agrio y umami (starchy, en inglés). El término umami proviene del japonés y significa ‘delicioso, sabroso’, pero identificaría el gusto a almidón de algunas comidas. Cuarto, el tacto, especialmente si comemos con las manos. Y quinto, el oído, que verifica lo que sucede dentro de la boca, el ruido de la masticación y deglución de los alimentos.

Ahora bien, se dice que las experiencias vividas activan el cerebro para que reconozca un aroma, un sabor o un color de algo que ya comimos y disfrutamos, o no, en los peores casos. Por ejemplo, si le exigimos a nuestro hijo que coma brócoli, cuando adulto, de seguro optará por otra verdura para acompañar un plato. Pero tomemos el caso positivo. ¿Quién no recuerda los platos que nos cocinaban nuestras abuelas? Algún sabor, algún aroma, algún color de aquellas comidas tan ricas que nos evocan momentos felices de nuestra infancia. Nuestras abuelas se pasaban el día cocinando con amor para la reunión familiar y hacían todo casero, con sus propias manos.

Sin embargo, hoy en día en día las abuelas ya no tejen ni miran la novela de la tarde. Primero, porque las novelas están cerca de la medianoche y segundo, porque las abuelas actuales aprenden inglés, hacen yoga y juegan al tenis. Y está muy bien que así sea. Pero ¿es posible aún elaborar platos únicos que nuestro cerebro registre como tales? En definitiva, ¿es posible aún cocinar con amor para toda la familia?

Es cierto que ahora el ritmo de vida es mucho más acelerado que antes y el tiempo parece correr más veloz. No obstante, los que corremos somos nosotros por las demandas que nos impone este mundo globalizado. Por eso también hay más alimentos envasados o listos para ser servidos a la mesa. De todos modos, esto no nos impide tomarnos unos minutos para cocinar para quienes queremos.

De seguro, no tendremos que desplumar un pollo ni buscar las arvejas en el huerto del jardín para preparar el almuerzo o la cena. Es probable que compremos el pollo ya desplumado y listo para el horno y abramos una lata de arvejas en menos de cinco minutos. Y lo que a nuestras abuelas les llevaba toda una mañana o una tarde, nosotros lo resolvamos en media hora. Pero, por favor, tomémonos esos treinta minutos para cocinar con dedicación y amor el plato que compartiremos en familia o entre amigos. Porque nuestra mente no perdona. El cerebro, al igual que una computadora, guarda ese aroma y ese sabor y lo asocia a ese instante mágico que les regalamos a otros y NOS regalamos a nosotros mismo también. Atesoremos esas imágenes y esas sensaciones, aunque después nos resulte difícil volver a encontrar otro plato igual. Y tal vez sea por esto mismo que valga la pena ofrecer una comida única e irrepetible.  

Lic. Natacha Leoni
M.P.:1971